Para mí la historia es una rueda, la inconsistencia es mi esencia dice la rueda, súbete a mis ruedas, si quieres, pero no te quejes cuando te lance a los abismos, los buenos tiempos pasan, pero también los malos, la mutabilidad es nuestra tragedia y también nuestra esperanza, los peores tiempos y también los mejores siempre están pasando

Boecio

viernes, 9 de abril de 2010

“De dependencias e independencias”

El proceso de la Guerra de Independencia en México, como todos los acontecimientos históricos de América Latina, es algo turbio en relación con la versión oficial de los hechos. Existe un dicho popular que ciertamente no es materia académica pero encierra cierta sabiduría: “la Conquista la hicieron los mexicanos y la Independencia los españoles”. En este ensayo me enfocaré a la segunda parte de este curioso dicho y las condiciones sociales que lo acompañaron: ¿Cómo es que los españoles hicieron la Independencia si la guerra fue contra la “grandísima” España de la casa de los Borbones?

La génesis de esta guerra la podemos encontrar en las reformas borbónicas, especialmente las emprendidas por Carlos III, las cuales incidían en materia fiscal, en la producción de bienes, en el ámbito del comercio y en cuestiones militares; todas estas reformas tenían como fin reparar la economía y hacer más eficaz el desarrollo y la conclusión de los negocios, a través de un centralismo administrativo exagerado, sujeto estrechamente al poder central del monarca absoluto[1]. Una de las principales consecuencia de estas reformas fue la preferencia y los privilegios que se le dieron a los peninsulares sobre las otras clases sociales; tales exenciones se manifestaban en los altos puestos gubernamentales, sobre los medios de producción y sobre el comercio, teniendo como resultado toda una serie de monopolios en los cuales se sometía al territorio y a la población a una explotación sistemática que sólo beneficiaba a unos pocos.

Estas ventajas de las cuales no gozaban los criollos, que con toda firmeza deseaban ocupar los altos puestos y la dirección del Estado, fueron el incentivo de esta creciente clase a movilizarse bajo la sombra influyente de la naciente ideología burguesa originada en la ilustración y ejecutada en la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, de las cuales se tomaron los principios y el lenguaje, ignorando en gran medida la filosofía política radical que estas contenían.

Este clima político se vio favorecido con la intervención napoleónica en España, que tuvo como consecuencia el debilitamiento del Estado y su burocracia centralizada, permitiendo la amalgama de los malestares sociales y su detonación.

Así surge la guerra de independencia, como un movimiento de una clase social que busca liberar la burocracia a través de una mayor participación en el Estado y sus aparatos, curiosamente, reivindicando la soberanía de Fernando VII sobre la Nueva España[2]. Es bien conocido, en contradicción con la historia oficial, que el cura Hidalgo en el famoso “Grito de Dolores” el 16 de septiembre, proclamó a este monarca como legítima autoridad.

Es importante subrayar que este movimiento no planteaba la transformación de la estructura de clases sociales imperantes, como si lo habían hecho los dos movimientos revolucionarios históricos que lo influyeron, esto lo podemos ver reflejado en sus resultados: cuando la clase dirigente, es decir, las élites criollas, al finalizar la guerra, se apropian del gobierno y se declaran heredera del viejo orden negando toda transformación social. Esta vil forma de actuar por parte de las élites nacionales insipientes, seria la infancia de un destino que marcaria el futuro de estos grupos “agraciados” en México.

La guerra se inicia con el reproche de los abusos de la alta burocracia peninsular, a la cual, se suma la población indígena harta de los continuos abusos de los latifundistas y las metódicas violaciones de las que eran víctimas. La Guerra de Independencia les da voz por primera vez a los indígenas desde la Conquista, no por nada Hidalgo anula la esclavitud y Morelos reparte los latifundios, pero una vez ya prestado sus servicios en los campos de batalla llenando los regimientos y consumado el conflicto, esta voz les será arrebatada por la nueva élite gobernante que se identifica bajo la corriente liberal, para pasar nuevamente a ser ignorados por la nueva imagen mestiza construida por el gobierno: ”la momentánea convergencia de la élite criolla y de las masas indígenas y mestizas en el antiespañolismo había iniciado un movimiento de independencia que culminaba con la supremacía del criollaje. La solución al problema indígena era el teórico igualitarismo de su credo, que de un plumazo eliminaba todas las diferencias raciales. Así, mágicamente, la Constitución había hecho desaparecer a los indios, creando en su lugar abstractos ciudadanos mexicanos”[3]. Este proceso de ignorar a los indígenas, sería algo sistemático en la política mexicana, hasta la llegada del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, que transformaría a los indígenas de sombras en amenazas.

Los primeros años de la Guerra de Independencia se caracterizaron por gran cantidad de combates, masacres colectivas y poca efectividad política real, si bien es cierto que en estos años se abolió la esclavitud, los tributos y se decretó la propiedad comunal de la tierra[4], pero estos planes políticos no vieron luz real hasta muchos años después. A mi parecer, lo más sobresaliente del periodo dirigido por Hidalgo fue la agrupación de un ejército numeroso que ayudó a generalizar la insurrección en el país de una forma bastante desorganizada. Es importante evidenciar que las principales fuerzas sociales y políticas que se opusieron a este movimiento popular fueron la Iglesia, los grandes propietarios y la Corona Española.

El movimiento se fue transformando a partir de la muerte de Hidalgo (ejecutada por las fuerzas opositoras antes mencionadas), cuando otro cura, José María Morelos, toma la dirección de la insurrección. En esta nueva etapa cambia la concepción del movimiento, se proclama la independencia del imperio español y la ruptura con su monarca, Fernando VII, Morelos estructura las peticiones sociales en la constitución de Apatzingán, tales como la abolición de la esclavitud, igualdad civil ante la ley y un gobierno tripartito[5]. El fusilamiento de Morelos, el regreso de Fernando VII al trono en España y el gran refuerzo militar que el monarca envió a las colonias, debilitaron enormemente el movimiento insurgente: de otro lado, los grandes propietarios y la Iglesia respaldaron moral y económicamente la persecución y la matanza de pueblos enteros que eran vistos como amenaza del orden establecido.

Parafraseando a Sweezy: “Históricamente, el fin de un orden social sobreviene en una de dos formas: o se desintegra durante un largo periodo de tiempo, en parte como resultado de la decadencia interna y en parte como resultado de ataques del exterior, o es más o menos rápidamente sustituido por un nuevo orden social”[6]. En el caso de la “Independencia” de México se refiere al segundo proceso.

En 1820, cuando los escasos y militarmente débiles insurgentes estaban ya casi por sucumbir, el movimiento toma un giro totalmente inesperado. A raíz de la proclamación en España de la constitución de Cádiz y sus implicaciones liberales que transformaron la monarquía absoluta en constitucional, los grandes propietarios, el clero y la aristocracia entendieron la amenaza que esto implicaba a sus privilegios y sus intereses. Estos sectores conservadores no esperaron más, proclamaron su “santa alianza” con el virrey Apodaca y con el general Iturbide a la cabeza, caracterizado por su feroz empeño en eliminar a los insurgentes. Esta nueva alianza tendría como principal objetivo la consumación del movimiento de Independencia para mantener intactos sus privilegios. Estos buscan los residuos del movimiento insurgente comandados por Vicente Guerrero y pactan mediante el Plan de Iguala. Finalmente el nuevo virrey O´Donojú firma el Tratado de Córdoba que reconocía formalmente la independencia de México. La Independencia, en palabras de Eduardo Galeano: “Resultó ser un negocio perfectamente hispánico, entre europeos y gentes nacidas en América… una lucha política dentro de la misma clase reinante. El encomendado fue convertido en peón y el encomendadero en hacendado”[7].

Así es como la independencia de México fue consumada por los españoles y sus descendientes, en favor de sus intereses económicos; la guerra y sus cerca de diez años de carnicerías y degollamientos verían su final en un triste tratado que realmente solo representaría la transferencia legítima del naciente Estado de un sector de la clase dominante a otro. Los principales sectores económicos: minas, transporte, escuelas, aduanas, el gobierno, la Iglesia y el ejército seguían en manos de españoles, no por nada el primer gobernante de la joven nación, puesto ofrecido a Fernando VII y rechazado por el mismo, le fue otorgado a Iturbide hijo de españoles.

Es cierto que el principal producto político de la guerra fue la constitución, pero esta carta magna, que contenía los valores y principios del movimiento, sólo estarían representados en papel, como asegura Octavio Paz: “En Europa y en los Estados Unidos esas leyes correspondían a una realidad histórica: eran la expresión del ascenso de la burguesía, la consecuencia de la revolución industrial y de la destrucción del antiguo régimen. En Hispanoamérica sólo servían para vestir a la moderna las supervivencias del sistema colonial. La ideología liberal y democrática, lejos de expresar nuestra situación histórica concreta, la ocultaba. La mentira política se instalo en nuestros pueblos casi constitucionalmente”[8].

Después de la independencia, el sentido de nacionalismo se convirtió en una prioridad, comenzó a ser un verdadero trabajo político desde las elites gobernantes hacia los gobernados. Al nacer México, se busco que todos aquellos que vivieran en su nuevo territorio delimitado se identificaran con los preceptos y valores que fundamentaban esta nueva sociedad, que vieran al gobierno como propio y que se confiara en que las cosas serían diferentes en el futuro, ya que los españoles no gobernaban más a México. Novak hace una muy importante advertencia, que me gustaría recalcar por su actualidad, sobre este sentido del nacionalismo y sus efectos: “El nacionalismo es un poderoso sentimiento para engañar a las masas y dominarlas. Es por ello por lo que el régimen capitalista fomenta, sistemáticamente, el culto al patriotismo por medio de costumbres tales como el saludo preceptivo a la bandera nacional, el canto del himno nacional y el juramento de fidelidad en las escuelas públicas”[9]. Es obvio que tras la Independencia, el nacionalismo fomentó y propago la construcción de los héroes insurgentes y su veneración hasta extremos insospechados. Es cuestión de asistir a cualquier escuela pública o de abrir cualquier libro de texto de historia, para ver hasta qué punto se ha magnificado a nuestros “héroes patrios” y los resultados que esto tiene. El más claro ejemplo de esto se encuentra en Palacio Legislativo de San Lázaro, en donde en el Muro de Honor, en letras doradas podemos ver el nombre de Zapata muy cerca del de Carranza, pretendiendo borrar de la memoria que el segundo mando a matar al primero, ejemplos históricos como este, sobran en ese “Muro de Honor”.

A doscientos años de la Guerra de Independencia y a pesar de todos los intentos de reunificación y de equilibrio en materia económica y social, los problemas más profundos y encarnados siguen latentes en México. El castigo colectivo militar ha pasado a ser selectivo y el castigo colectivo se ha vuelto económico, “en la crisis, para reactivar la economía, hay que inyectar capital a la Banca privada, verán como el hambre se pasa de volada”. Los indígenas siguen abstraídos en el olvido mientras el gobierno espera que algún día dejen de existir. Los grandes propietarios siguen controlando al país por medio de influencias políticas, la desigualdad parece estar más presente que nunca y su margen no para de ensancharse, en un país que tiene a uno de los hombres más ricos del mundo dándose aires de mesías, mientras más de la mitad de su población vive en condición de carencia absoluta; los monopolios son una realidad en nuestro país que secuestran la encomia y el trabajo. Los caciques de los medios masivos de comunicación hunden a México en la ignorancia, el miedo, el embrutecimiento y la estupidez, argumentando que ellos tienen el “valor” de hacer algo por México y los mexicanos, ayudando a niños con discapacidades o reforestando el Bosque de Chapultepec, mientras llenan sus bolcillos de dólares y “americanizan” los valores mexicanos. Los nuevos caudillos de la droga fomentan la anarquía por todos los rincones de la república decapitando a policías y militares que tampoco “cantaban malas rancheras” sobre actos inhumanos y despiadados. La clase política se encuentra más prostituida que en épocas de la corona y su depredación buro-política está alcanzado límites muy peligrosos, a tal grado que ya se comienza a concluir que estamos frente a un Estado fallido.

Finalmente, somos nuevamente una colonia, ahora en un sentido económico, del imperio más poderoso del mundo, totalmente avasallados por sus intereses económicos y los de sus feroces transnacionales, que imponen por medio de la competencia desleal y el sabotaje monopolios productivos, estos determinan los salarios, niveles de vida y políticas que el país debe de seguir por medio de condicionamientos y amenazas el pie de la letra. A esto hay que agregarle el terrible peso de instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que por medio de préstamos multimillonarios condicionan y fortalecen el vínculo de sumisión, como grilletes carceleros en las muñecas y tobillos de nuestra economía, son como las viejas tiendas de raya que embargaban la vida de los trabajadores, nada más que estas “tiendas” prestamistas embargan la vida de países enteros.

¿Qué ha pasado en estos doscientos años, que se han ido violando por completo y sistemáticamente todas las conquistas sociales de nuestra historia?, las condiciones que llevaron al pueblo en 1810 a sublevarse parecen estar retornando hoy día, la pobreza, la represión y la muerte están en casi cada esquina. El futuro es muy incierto, lo único que queda por decir es que el olvido y la indiferencia han sido el más déspota dictador del pueblo mexicano.



[1] Roció Ruiz de la barrera; en aa vv, ilustración española, reformas borbónicas y liberalismo temprano en México, UAM-Azcapotzalco, México, 1992, pp. 69-75.

[2] Jan Bazant; en aa vv, historia de México, Critica, España, 2003, pp. 43-46.

[3] Agustín Basave Benítez, México mestizo, Fondo de Cultura Económica, México, 1992, p. 21.

[4] Daniel Cosío Villegas, historia moderna de México, Hermes, México, 1984, pp. 45-62.

[5] José María Miquel I Vergés, diccionario de insurgentes, Porrúa, México, 1969, pp. 402-407.

[6] Paul M. Sweezy, teoría del desarrollo capitalista, Fondo de Cultura Económica, México, 1972, p. 237.

[7] Eduardo Galeano, las venas abiertas de América Latina, Siglo Veintiuno, México, 2006, p. 67.

[8] Octavio Paz, el laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 2004, pp. 133-134.

[9] George Novack, democracia y revolución, Fontamara, 1996, p. 127.

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